Diario Patria
MEMORIA DEL TEORRISMO

La gota que colmó el vaso


Nunca había sucedido algo así. En dos días salieron a la calle cerca de seis millones de personas en 1.500 manifestaciones por todo el país. Lo hicieron por su cuenta, de forma desorganizada, en una época en la que aún no existía Whatsapp ni redes sociales. Fue una marea humana que primero exigió a ETA la liberación de Miguel Ángel Blanco y después lloró su asesinato, que pasó de una vaga esperanza a una rotunda desesperación. Millones de ciudadanos alzaron sus manos y mostraron su nuca a los terroristas mientras gritaban ‘ETA no, vascos sí’. Fueron dos días de una ebullición que se apagó tan rápidamente como había comenzado.

«Todo ocurrió en tiempo real. No dio tiempo a planificar nada, todos estaban dispuestos a acudir a donde fuera», recuerda Isabel Urquijo, una de las cabezas visibles de Gesto por la Paz, la coordinadora que desde hacía años se concentraba silenciosamente en numerosas localidades vascas para reclamar el fin del terrorismo. Fueron aquellas movilizaciones las que crearon el poso para que fuera posible una reacción como la que se produjo con el secuestro de Blanco. Porque aquellos «días de locura» no surgieron de la nada.

La socióloga María Jesús Funes, autora del libro ‘La salida del silencio’, en el que analiza la evolución de las movilizaciones por la paz en Euskadi, está convencida de que la explosión social por el secuestro de Blanco «no se habría producido si no se hubiera dado en los años anteriores en el País Vasco un proceso de sensibilización y de respuesta ante la violencia». «La propia sociedad vasca ya había generado unas redes de movilización que llegaron a impregnar la vida cotidiana de un porcentaje muy importante de las personas que vivían en Euskadi. Estos grupos estaban mandando el mensaje de que los vascos no querían el terrorismo, que eran otra cosa, y esto permitió una solidaridad a nivel estatal que no se había producido antes», explica.

Eran días de concentraciones de Gesto y contramanifestaciones del entorno radical, que veía cómo poco a poco iba perdiendo la calle y reaccionó de forma violenta para recuperar el terreno perdido. «Había insultos, apedreamientos y escupitajos a pacifistas», recuerda el historiador de la Universidad del País Vasco Fernando Molina, que participaba habitualmente en los actos de Gesto. A la tensión en las calles se le unió la fecha del secuestro del concejal de Ermua, nueve días después de la liberación de José Antonio Ortega Lara y Cosme Delclaux. «El vaso ya estaba lleno y lo de Blanco fue la gota que lo desbordó», afirma Funes.

El mayor error

«Fue como si nos hubieran escupido a la cara», dice Urquijo. La noticia del secuestro fue acogida el 10 de julio con una gran manifestación en Ermua. Al día siguiente España amaneció cubierta con lazos azules y se multiplicaron las concentraciones. Muchas personas estaban convencidas de que las movilizaciones sociales llevarían a ETA a no cumplir su ultimátum y dejar en libertad a su víctima. Una de ellas fue la propia Urquijo. «Me pareció que todo Euskadi estaba pidiendo la libertad de Blanco y que ante eso ETA no podría matarlo, pero me equivoqué».

La exintegrante de Gesto quiere dejar claro que «el mayor error de ETA fue haber existido». A partir de ahí, sostiene que el secuestro y asesinato de Blanco «fue la más errónea decisión que podían haber tomado». Eligieron como víctima a un concejal desconocido y, además, el plazo que dieron, 48 horas, «se convirtió en una bomba de relojería contra la propia organización armada», según Funes. Fue un plazo ni muy corto ni muy largo, lo justo para que se movilizara una sociedad que estaba viendo por televisión lo que ocurría. El 12 de julio, horas antes de que se cumpliera el plazo dado por los terroristas, las manifestaciones se sucedieron por las principales ciudades españolas. En Bilbao salieron a la calle centenares de miles de personas. Muchas de ellas no se habían movilizado nunca. Y muchos eran jóvenes. «Yo hablo de un fenómeno de catálisis, en el que la introducción de una nueva sustancia modifica la velocidad de la reacción química al actuar sobre los ingredientes ya existentes», sostiene Funes. El secuestro permitió que la reacción social se acelerara. Y el asesinato causó la explosión.

25 AÑOS SIN MIGUEL ÁNGEL BLANCO

La noche del 12 de julio, cuando se supo que el cuerpo casi sin vida de Blanco había sido encontrado, se produjo la gran transformación. «Esos días el miedo cambió de bando. Por primera vez veíamos con miedo a los que salían en las contramanifestaciones insultándonos y amenazándonos y eso, en mis recuerdos, produce un cierto placer», reconoce Molina. «De repente a los de Jarrai los veías casi con polos de Lacoste. Les habías tenido años enfrente insultándote y ahora parecían colegiales de Jesuitas», añade Urquijo.

«Desde los balcones»

Los radicales comprobaron que no eran mayoría. La movilización les había sobrepasado. Que esto sucediera sin internet «fue increíble», admite el historiador. «Después de las concentraciones se convocaba una manifestación con gritos que se reproducían desde los balcones. Como todos éramos vecinos, todos sabíamos dónde quedar. Yo me encontré con un montón de conocidos, con el de la tienda de ropa de enfrente, con el de la tienda de chuches…, y eso te daba mucha fuerza porque te reconocías en los demás. Estabas con tu gente y luego también reconocías a los que nos habían estado fastidiando durante años. Fueron manifestaciones improvisadas, era pura indignación, un sentimiento de hartazgo», cuenta.

25 AÑOS SIN MIGUEL ÁNGEL BLANCO

Hubo episodios violentos, como el ataque a la herriko taberna de Ermua, pero fueron incidentes aislados. «Si hubiera sido algo organizado podría haber habido más violencia, pero no hubo nada», asegura Urquijo. Las movilizaciones no tenían líder, nadie las encabezaba. Era una masa que protestaba por el asesinato «del hijo de un albañil gallego». «Fue algo espontáneo -dice Molina-. No había un canal que estabilizara ese movimiento, de ahí que luego se desactivara rápidamente». El 14 de julio acudieron más de 600 personas a la concentración de Gesto en el Arenal de Bilbao. El 6 de septiembre, cuando ETA mató al policía Daniel Villar, fueron 80. La indignación había vuelto a su cauce.

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