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Recaredo y la conversión de los visigodos – La Historia de España


Este es el episodio 17 Recaredo y la conversión de los visigodos y en este episodio aprenderás:

La cuestión religiosa de los godos

Dejamos el episodio 16 Leovigildo y la construcción del Reino visigodo con la muerte del rey Leovigildo y la sucesión de su fiel hijo Recaredo. En el momento de su acceso al trono visigodo, Recaredo heredó dos problemas sin resolver, uno interno y otro externo. El problema interno es bien conocido, la cuestión religiosa, mientras que en cuanto a los asuntos exteriores la guerra con el reino franco de Borgoña seguía su curso. El rey Gontrán de Borgoña no renunciaba a sus pretensiones sobre la Septimania, aunque la guerra iba bien para los visigodos y además éstos contaban con el apoyo de algunos vascones. Veremos más adelante de qué manera el rey Gontrán intentó llevar a cabo sus pretensiones, pero centrémonos por ahora en el tema fundamental, el conflicto entre arrianos y católicos.

¿Por qué se produjo ese conflicto religioso en primer lugar? La verdad es que el conflicto teológico a ojos modernos no parece tan importante. La diferencia teológica se centra en la cuestión de la igualdad y la eternidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en la Trinidad, y es que para los godos la diferenciación religiosa también pudo ser una forma de defender su propia identidad goda frente a los hispanorromanos. Pero para mediados del siglo VI, los godos presentaban pocas diferencias respecto a los hispanorromanos, como expliqué en el episodio extra 6 Identidad goda y su evolución. Leovigildo propuso una forma nacional y más católica de arrianismo, para unir a visigodos e hispanorromanos, pero no lo consiguió porque el arrianismo era minoritario y no tenía la fuerte presencial territorial de la Iglesia católica.

Según Gregorio de Tours, Leovigildo se arrepintió de su política religiosa e incluso se convirtió al catolicismo antes de morir. Eso no podemos corroborarlo y muy probablemente es falso, pero sí vimos ya en el episodio anterior cómo supo reconciliarse con obispos católicos a los que había exiliado. La verdad es que había muy pocos arrianos en Spania, la mayoría visigodos, pero precisamente por eso fue tan difícil la conversión al catolicismo para el Reino visigodo, porque estamos hablando de la élite dirigente del reino. El arrianismo godo era un factor desestabilizador a nivel interno y externo. Es cierto que a corto plazo causaría revueltas, estados extranjeros podían aprovecharse de la inestabilidad, y la vida del monarca podía peligrar, pero si no se resolver la cuestión religiosa esos riesgos permanecerían ahí para siempre.

El siglo VI es un siglo complicado a nivel político y religioso, y por eso la historia política y la religiosa deben entenderse conjuntamente. Por un lado, la monarquía visigoda necesitaba legitimarse y hacerse fuerte frente a los laicos y eclesiásticos poderosos, mientras que en la Iglesia católica había toda clase de conflictos jurisdiccionales entre obispos. Como ya vimos en el episodio extra 5 La Iglesia y los bárbaros en el siglo V, ambos poderes muchas veces colaboraron para reforzarse mutuamente, y en el Reino visigodo esta alianza terminaría consolidándose con el rey Recaredo para beneficio mutuo de la Iglesia y la monarquía.

La conversión de Recaredo

Recaredo I (1857) por Dióscoro Teófilo Puebla y Tolín

Recaredo se convirtió personalmente al catolicismo poco después de suceder a su padre y lo anunció públicamente en enero o febrero del 587. Fue una acción valiente dados los riesgos, pero sabía que tenía que zanjar la cuestión religiosa como lo había intentado sin éxito su padre. Al abrazar la fe católica, algunos han presentado a Recaredo como la antítesis de su padre, pero nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que ambos persiguieron la unidad religiosa, solo que con enfoques distintos y más al ver que la propuesta de su padre no había cuajado. Es más, Leovigildo con su solución de compromiso había allanado el camino a Recaredo, porque se habían reducido las diferencias teológicas entre arrianos y católicos y a los obispos católicos quizás les asustó un poco las conversiones de algunos obispos católicos al arrianismo de Leovigildo.

Arrianos y católicos estaban así más cerca de entenderse. Según Gregorio de Tours, Recaredo primero selló una alianza con su madrastra, Gosvinta, que a su vez era una fanática arriana. Esta alianza política puede ser difícil de entender dado el arrianismo y el presunto papel de Gosvinta en la rebelión de Hermenegildo, pero José Soto Chica lo explica por la política matrimonial y exterior del Reino visigodo. La hija de Chilperico de Neustria se había enterado de la muerte de su padre cuando estaba de camino a Toledo para casarse con Recaredo, y luego ocurrieron toda una serie de desgracias, pero lo que nos interesa es que este matrimonio se canceló y esto perjudicó la alianza entre el Reino visigodo y el Reino de Neustria.

Gosvinta pudo reconciliarse con Leovigildo y Recaredo al ver que la rebelión de Hermenegildo tenía las de perder y al terminarse esa alianza con el rey responsable de la muerte de su hija. Al ponerla de su parte, Recaredo se ganaba el apoyo de buena parte de los magnates godos y gracias a la influencia de Gosvinta podía firmar la paz con Austrasia y Borgoña. Es más, Recaredo reconoció a Gosvinta como madre adoptiva para así emparentar con su familia y los francos de Austrasia, y también pidió la mano de Clodosinda, nieta de Gosvinta. Gontrán de Borgoña se dio cuenta de que este movimiento perjudicaría a su reino y por eso ofreció a Brunequilda de Austrasia, hija de Gosvinta, algo que su madre no le podía ofrecer: nombrar heredero de Borgoña al hijo de Brunequilda.

La Galia en el año 587, por Paul Vidal de La Blache
La Galia en el año 587, por Paul Vidal de La Blache. En amarillo, el Reino de Neustria; en rojo, el Reino de Borgoña; en verde, el Reino de Austrasia

Con esto, la alianza entre el Reino visigodo y Austrasia terminó antes de haber empezado, y es probable que al fracasar esta jugada diplomática Recaredo dejara de tener tanto en cuenta a Gosvinta y buscara alternativas. Pero dejando por ahora de lado a Gosvinta, Recaredo tuvo que hablar con el clero arriano y poner a tantos como pudiera de su parte. Los obispos arrianos temían perder su estatus y riquezas, pero Recaredo les garantizó que mantendrían su mismo rango jerárquico si se integraban en la Iglesia católica. Recaredo había hablado con Leandro de Sevilla, Masona de Mérida y Eufemio de Toledo y había acordado que la élite católica aceptaría esta condición y que los arrianos no tendrían que volver a bautizarse, y aquí se ve que no hubo una rendición incondicional de los arrianos y que todas las partes debían ceder para conseguir la unidad religiosa del reino.

Las rebeliones contra Recaredo

Pero ante estos primeros pasos hacia la conversión de los visigodos al catolicismo, Recaredo se encontró con oposición. De hecho, hubo tres intentos de derrocar a Recaredo entre su conversión al catolicismo en el 587 y el III Concilio de Toledo en el 589. Todas estas conspiraciones utilizaban la fe arriana para legitimar su revuelta, aunque el trasfondo pudiera ser político y económico para no perder privilegios, y en las fuentes se califica a los responsables de tiranos, por haberse alzado contra el rey y contra Dios.

El primer complot tuvo lugar ya en el año 587, en Mérida, la capital de la provincia de Lusitania. La conspiración estaba dirigida por un aristócrata godo llamado Segga, y contaba con el apoyo de otros personajes notables y de Sunna, el obispo arriano de Mérida. Estos pretendían asesinar a Masona, el metropolitano católico de Lusitania de origen godo, y a Claudio, el duque de Lusitania procedente de la clase senatorial latifundista hispanorromana, con el objetivo final de usurpar el trono. Pero la conspiración de Mérida fracasó por la traición del joven Witerico, que informó a Claudio sobre esta conjura.

Como castigo a los conspiradores, a Segga le amputaron las manos y lo exiliaron a Gallaecia, mientras que a Sunna lo exiliaron a la actual Marruecos, donde dedicó sus últimos días a extender la fe arriana. Witerico se ganó así la confianza de Claudio y del rey, y esto es irónico porque este chivato luego ejecutó al hijo de Recaredo y se hizo con el trono, como veremos más adelante. La segunda conspiración se preparó en Toledo, y tuvo como implicados al obispo arriano de la sede regia y a la anciana Gosvinta, que estaba molesta de ver como su papel político se había vuelto secundario. Quizás tuvo algo que ver el hecho de que Recaredo se había casado con Bado, una mujer de origen humilde si fue la madre del heredero Liuva II, así que las pretensiones de Gosvinta de reforzar los lazos familiares con la dinastía de Leovigildo fracasaron.

Sin embargo, este intento de golpe palaciego fue descubierto, el obispo terminó exiliado y Gosvinta murió poco después, posiblemente de muerte natural porque esta reina viuda ya había enterrado a dos reyes. La tercera conspiración sí que fue más grave porque fue un conflicto militar y contó con el respaldo del rey Gontrán de Borgoña. El obispo arriano de Narbona y dos condes de Septimania lideraron la rebelión, pero la principal amenaza era externa. Un ejército numeroso de Borgoña asedió Carcasona, una de las ciudades clave de la Septimania, y el rey Recaredo envió allí al leal duque de Lusitania para reprimir la rebelión y repeler la invasión franca.

El duque Claudio preparó una emboscada y los francos cayeron como pardillos. Así fue como, a decir de Isidoro de Sevilla, los visigodos obtuvieron la mayor victoria jamás lograda por ellos, matando a 5.000 francos y capturando a 2.000 de ellos según alguien que no sentía nada de simpatía por los godos como Gregorio de Tours, o sea que si incluso las fuentes francas reconocen el descalabro debió de ser realmente una victoria goda espectacular. Con ello, Gontrán tuvo que renunciar a sus pretensiones sobre la Narbonense goda y la revuelta fue rápidamente reprimida. Esta gran victoria reforzó mucho la posición de Recaredo y le dio la popularidad suficiente como para oficializar la conversión de los visigodos al catolicismo.

El III Concilio de Toledo y la conversión de los visigodos

Tras esta victoria y después de haber aplastado la mayor parte de la oposición interna, el rey Recaredo se sintió lo suficientemente seguro como para convocar el concilio más importante que tuvo la Spania visigoda, el III Concilio de Toledo. El 4 de mayo del 589 se inauguró el III Concilio de Toledo, con tres días de oración y ayuno. Leandro de Sevilla, Masona de Mérida y Eufemio de Toledo habían organizado y realizado todos los preparativos de este concilio, y reunieron a más de sesenta sedes episcopales de toda Spania, e incluso aparece por primera vez el obispo de Pamplona.

El rey Recaredo fue quien convocó y presidió el concilio, y este hecho es muy significativo, porque constata el papel de protección y vigilancia que la monarquía visigoda tendría de ahora en adelante sobre la Iglesia católica del reino, un papel que se copió del modelo del Imperio romano inaugurado por Constantino. Se reforzó la posición del rey, que era ahora sancionada por Dios y por tanto rebelarse contra él era rebelarse contra Dios. Entonces, el 8 de mayo, Recaredo hizo pública una declaración en la que afirmaba que el rey y los godos abjuraban de la herejía arriana y abrazaban el catolicismo, aceptando así las resoluciones de los cuatro concilios ecuménicos.

Conversión de Recaredo (1888) por Antonio Muñoz Degrain
Conversión de Recaredo (1888) por Antonio Muñoz Degrain

Es significativo que no se mencionara el quinto concilio ecuménico, el II de Constantinopla convocado por Justiniano, porque fue un concilio polémico que no fue bien recibido en Occidente. Esto junto con la renovatio imperii de Justiniano y la solución de compromiso de Leovigildo contribuyó a acercar la Iglesia católica a la monarquía visigoda. La declaración pública de Recaredo condenaba las enseñanzas de Arrio, pero no se hacían mención a temas sensibles como la política religiosa de su padre Leovigildo o la rebelión de su hermano. Ocho obispos arrianos y varios clérigos y aristócratas godos abjuraron también del arrianismo y se convirtieron en católicos, oficializando así la conversión de los visigodos al catolicismo.

A continuación, Recaredo encargó al concilio que aprobara algunos cánones para regular la estructura de la nueva Iglesia, determinar los poderes de la Iglesia dentro del Estado, y reforzar la disciplina eclesiástica. En el aspecto teológico, un canon confirmó las resoluciones de los concilios anteriores que he mencionado, pero añadiendo además lo que se llama la cláusula filioque, que afirma que el Espíritu Santo no sólo procede del Padre, sino también del Hijo. Esto puede parecer un detalle banal, pero la cláusula filioque causó una gran controversia durante siglos y nunca fue aceptada en Oriente. También hubo cánones que daban nuevos poderes a los obispos como jueces y recaudadores fiscales.

La colaboración entre el estado visigodo y la Iglesia era evidente, pero el buscarse la unidad religiosa del reino y creerse que en un reino solo cabía una fe, los judíos que bajo los reyes visigodos arrianos habían podido vivir sin intromisiones empezaron a ser perseguidos. Por ejemplo, un canon prohibía a los judíos casarse con mujeres cristianas o tener esclavos cristianos. Las persecuciones y las leyes contra los judíos aún no eran tan graves como en otros países, pero el Reino visigodo no tardó en tener las leyes más antijudías del mundo, y todo por unos motivos ideológicos religiosos, no porque los judíos constituyeran un grupo social rico que monopolizase algunas profesiones como ocurrió más tarde al avanzar la Edad Media.

El rey Recaredo promulgó un decreto que otorgaba a las resoluciones de los concilios católicos nacionales y provinciales una fuerza igual a la de las leyes, lo que constituye una prueba más de la creciente influencia de la Iglesia y de que los obispos eran agentes indispensables para el estado. Y para finalizar el III Concilio de Toledo, Leandro de Sevilla leyó una homilía que exaltaba el triunfo de la Iglesia y la fe verdadera. Esto es importante porque salieron dos discursos políticos del III Concilio de Toledo, por un lado el de una Iglesia triunfante y por otro el de una monarquía visigoda que se había convertido en la élite de Spania y ahora se aliaba con la Iglesia.

La figura de Recaredo salió reforzada y se presentaba a sí mismo como el nuevo Constantino, el primer emperador romano cristiano. El rey visigodo sería a partir de ahora rey y sacerdote supremo, siguiendo un poco el cesaropapismo bizantino pero de un modo único sin parangón en el resto de Europa, porque tanto el monarca como la Iglesia tenían roles y obligaciones recíprocas. El III Concilio de Toledo no solo trató de la conversión de los visigodos al catolicismo, sino que de ahí surgió la definición de cómo sería el Reino visigodo católico hasta su final, un estado donde el monarca sería responsable de los asuntos temporales y de los espirituales.

En el Reino visigodo católico el monarca era responsable de la salud espiritual del pueblo y a la Iglesia se le otorgaba muchas funciones civiles, una confirmación de una tendencia que ya se estaba viendo desde el siglo IV. Es más, los concilios serían a partir de entonces un punto de encuentro entre el monarca, los obispos y la aristocracia para discutir temas religiosos y de gobernanza. Es cierto que el rey podía legislar sin la Iglesia, pero con su apoyo reforzaba más su legitimidad al estar sus leyes inseparablemente ligadas a la fe. Con esta nueva forma de gobierno, la monarquía y la Iglesia se apoyaban mutuamente y la idea era mantener así contenidas las ambiciones autonomistas de los poderes locales del reino y las luchas entre facciones políticas, aunque como veremos esto no terminó de funcionar.

La política religiosa de Recaredo puede considerarse opuesta a la de su padre, pero en el fondo compartían la misma visión y el mismo objetivo: unificar y fortalecer el Reino y sus pueblos. Leovigildo se había presentado como jefe de la Iglesia nacional arriana, y Recaredo hacía lo mismo pero con la Iglesia católica. En ambos casos querían reforzar su legitimidad gobernando no sólo los asuntos seculares, sino también los religiosos. La conversión visigoda al catolicismo fue la culminación del proceso de integración de godos e hispanorromanos que inició el rey Leovigildo, y así es como según algunos podemos empezar a hablar de hispanogodos.

El reinado de Recaredo

Terminó el III Concilio de Toledo y los visigodos se convirtieron al catolicismo, pero ¿qué pasó después? Lo cierto es que después de ese momento cumbre de la historia de España, no sabemos mucho sobre el reinado de Recaredo, pero conocemos algunos acontecimientos. Hubo otro intento de derrocarlo en el año 590, esta vez dirigido por el duque Argimundo. La conspiración sería reprimida, los conjurados fueron ejecutados, y antes de eso el duque Argimundo fue torturado, se le cortó la mano derecha y fue exhibido por todo Toledo.

Mucho se ha especulado sobre las características de esta revuelta, pero todo parece indicar que no fue por causas religiosas y que el escenario de la rebelión fue Gallaecia, recién arrebatada a los suevos. Puede que Argimundo fuera de origen suevo y quisiera restaurar el Reino suevo, y si esto fuera así significaría que la incorporación del Reino suevo no fue tan súbita como las crónicas cuentan y por eso los godos tuvieron que mantener una fuerte presencia militar en Gallaecia. Esto ya lo expliqué en el episodio La historia del Reino suevo de Gallaecia donde hago un repaso completo a la historia política del Reino suevo, asegúrate de escucharlo si te interesa.

Por otro lado, valiéndose del rico tesoro visigodo gracias a las conquistas y confiscaciones de su padre, Recaredo pudo llevar a cabo una política más generosa para devolver propiedades a aquellos que habían sufrido confiscaciones bajo su padre, además de hacer donaciones a la Iglesia católica y dar limosnas al pueblo llano. Esto contrasta con el estilo autoritario de gobierno de Leovigildo, pero en líneas generales las políticas de Recaredo eran continuistas y perseguían el objetivo de centralizar el poder y reforzar la monarquía como había hecho su padre.

En cuanto a la política exterior, además de las relaciones con los francos que ya he comentado al principio del episodio, tenemos la cuestión de la Spania bizantina. Recaredo intentó involucrar al papa Gregorio Magno para fijar las fronteras de la provincia de Spania, además de a los obispos más importantes de la zona, el de Cartagena y Málaga, que mostraron una actitud claramente progoda y por eso uno fue desterrado y asesinado en Constantinopla y el otro depuesto. En las cartas de toda la época del Reino visigodo católico el rey y los obispos hispanos muestran una actitud cada vez más distante y desafiante respecto al pontífice de Roma, porque Roma estaba controlada por emperador de Constantinopla y sus actuaciones eran vistas como una injerencia extranjera.

La vía diplomática fracasó, y Recaredo tampoco tuvo éxito a nivel militar en el sureste peninsular. El patricio Comenciolo había ascendido rápidamente hasta convertirse en uno de los hombres más poderosos del Imperio bizantino, pero cayó en desgracia tras unas derrotas y por eso fue enviado a la periférica provincia de Spania. En ese entonces el Reino visigodo estaba agitado por la conversión de Recaredo y la guerra en Septimania, así que Comenciolo se aprovechó de la situación y derrotó a los godos en la actual provincia de Granada, victoria que le valió su rehabilitación política en Oriente.

Witerico y Gundemaro

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Primero le cortó la mano para inhabilitarlo como rey, y al cabo de unas semanas Witerico se aseguró de que no le causaría problemas en un futuro ejecutándole. Así fue como se derrumbó la dinastía de Leovigildo como dinastía gobernante, para que veas qué difícil es construir, pero qué fácil es destruir. Pese a los esfuerzos de Leovigildo y Recaredo de poner el poder y riqueza de su dinastía muy por encima de los demás godos, al final esto evidencia que el rey godo era uno más de entre los aristócratas y por eso ningún monarca visigodo pudo consolidar una dinastía hereditaria durante mucho tiempo. Y de hecho, este golpe de estado abrió lo que sería la tónica general de todo el siglo VII en el Reino visigodo, un siglo caracterizado por las luchas de poder y el frágil equilibrio entre la monarquía, aristocracia y clero.

Volviendo a Witerico, de lo poco que sabemos de su reinado es de sus campañas contra los bizantinos de Spania. Witerico conquistó algunas plazas fuertes, aunque a decir de José Soto Chica sus éxitos no fueron muy reseñables teniendo en cuenta los grandes problemas internos que tenía el Imperio bizantino. Aparte de eso, Witerico concertó el matrimonio de una de sus hijas con el rey de Borgoña, pero el matrimonio se anuló cuando su hija ya había llegado allí y encima los muy caraduras le arrebataron la dote. Esto enfureció a Witerico e intentó formar una coalición contra Borgoña, pero todo quedó en nada. Más importante es que a nivel interno había una silenciosa pero fuerte oposición a Witerico por buena parte de la nobleza y el clero.

Conocemos por las cartas conservadas la persecución de sufrió por su lealtad a Recaredo y Liuva II el conde Búlgar de Septimania, así que es normal que con las acciones indignas de un usurpador hecho rey como Witerico éste tuviera muchos enemigos. Por eso en el 610 el rey Witerico fue asesinado durante un banquete por algunos de los mismos hombres que lo habían elevado al trono, un final merecido según Isidoro de Sevilla porque murió por la espada como él había ordenado matar al joven Liuva II. Tanto odio levantó Witerico que su cadáver fue arrastrado por las calles de Toledo, un escarnio público que no tuvo parangón en la historia del Reino visigodo. Su sucesor fue Gundemaro, duque de la Narbonense, y éste desplegó una política claramente contraria al fortalecimiento regio, porque para eso lo habían hecho rey.

Sabemos que Gundemaro lanzó campañas contra las posesiones bizantinas del sureste de Spania y contra la independiente región de Asturias. Pero el hecho más importante de su breve reinado fue que celebró un concilio provincial en el que se reconoció que la sede metropolitana de la provincia de Cartaginense era Toledo y no Cartagena, que estaba en manos bizantinas. Esta decisión se enmarca dentro de las medidas de presión goda sobre los bizantinos, en la línea de la creación de nuevos obispados cercanos a la frontera greco-gótica o a las misiones militares y diplomáticas contra la Spania bizantina. Finalmente, tras apenas dos años de gobierno, Gundemaro falleció por causas naturales en el año 612, y sería sucedido por Sisebuto, del que hablaré en el próximo episodio.

La Iglesia en época goda

En época goda, la organización territorial de la Iglesia en Spania seguía a grandes rasgos la división provincial romana, pero se habían producido cambios ante los cambios políticos del mundo posromano y las disputas territoriales entre obispos. El Reino visigodo tenía seis provincias eclesiásticas: la Cartaginense, con 22 obispados; la Tarraconense, con su metrópoli Tarragona y 15 obispados; la Bética, con su metrópoli en Sevilla y 10 obispados; la Lusitania, con metrópoli en Mérida y 13 obispados; la Gallaecia con metrópoli en Braga y 10 obispados; y la Narbonense con metrópoli en Narbona y 8 obispados. Toledo, como era la capital del reino y Cartagena estaba en manos bizantinas, se convirtió en la sede metropolitana de la Cartaginense y además hacia finales del siglo VII se alzó sobre todas las demás diócesis de Spania.

Tras el III Concilio de Toledo, a la jerarquía eclesiástica se le otorgó atribuciones como parte del cobro de impuestos, el rol de jueces a los obispos en cuestiones religiosas y mixtas, control de los funcionarios, voz y voto en el nombramiento de autoridades y jueces, además de un aumento de las rentas y propiedades de la Iglesia y más ventajas fiscales. A esto se le suma el hecho de que los obispos tenían un gran poder sobre las ciudades, por eso no es raro que hubiera trasvases de funcionarios del mundo laico al eclesiástico y viceversa. Es decir, como ya he comentado extensamente antes, la Iglesia y los concilios generales y provinciales eran instrumentos de gobierno para el Reino visigodo.

Sabemos que las tierras de la Iglesia también estaban sujetas a pagar impuestos, porque tenían población servil que trabajaba esas tierras como pasaba con los terratenientes. Aun así, tenían algunas exenciones fiscales y la propiedad eclesiástica era inalienable, para evitar que los obispos privatizaran y se apropiasen de las propiedades de la Iglesia. La Iglesia estaba diseñada para seguir creciendo, y esa creciente riqueza permitía a los obispos llevar a cabo acciones de caridad, herederas del evergetismo romano, que era un mecanismo de cohesión social para paliar las necesidades de los más pobres, los huérfanos y enfermos.

Por otro lado, el fenómeno del monacato ya empieza en la península ibérica en el siglo IV, aunque proliferó a partir del siglo VI. Ahí tenemos por ejemplo los monasterios fundados por Martín y Fructuoso de Braga, Valerio del Bierzo, o el abad Donato, refugiado que huyó del norte de África junto a decenas de monjes ante el incremento de los ataques bereberes. Había monasterios en las ciudades y ermitas alejadas en lugares recónditos, y los monasterios disfrutaban de privilegios como la exención de proporcionar hombres para las levas militares, y precisamente por estos privilegios y su práctica independencia a menudo entraban en conflicto con el obispado o la administración civil.

Los monasterios eran centros económicos que tendían a la autosuficiencia y algunos servían como instituciones educativas y de transmisión cultural, junto a las escuelas episcopales. Y para terminar de hablar brevemente de los monasterios, es interesante cómo surgieron distintas variedades regionales en Spania, tanto por influencias extranjeras como por la propia realidad social de la zona. Por ejemplo, en el norte peninsular habían bastantes monasterios familiares donde convivían hombres y mujeres, en parte porque no querían convertirse en siervos del señorito u obispo de turno, y estos mismos monasterios familiares y de comunidades campesinas serían los más frecuentes en el norte tras la conquista musulmana.

En época goda se ahondó en la cristianización de Spania, especialmente en zonas rurales y el norte peninsular. Aún así, en estos siglos era difícil para la Iglesia mantener la disciplina de los clérigos, evitar herejías, y formar bien a los curas y monjes. Este problema de educación de los clérigos parece que era especialmente notorio en regiones más periféricas como las islas Baleares o la Gallaecia, pero destacan los esfuerzos de Martín de Braga para formar a los clérigos, o los esfuerzos de Isidoro de Sevilla por unificar la liturgia hispana, en lo que se conocería posteriormente como rito mozárabe.

La fiscalidad y administración visigoda

La institución gubernamental de la administración central visigoda era el Aula Regia, que era un órgano compuesto por los fieles laicos y eclesiásticos que asesoraban al rey o desempeñaban funciones específicas. Por citar algunos, tenemos por ejemplo el conde del tesoro, que se encargaba de gestionar el tesoro real y la acuñación de monedas; el conde del patrimonio, que gestionaba las fincas y propiedades del rey; o el conde de los notarios, que elaboraba leyes y se encargaba de recibir documentos administrativos y la correspondencia diplomática. El Aula Regia era similar al aparato burocrático tardorromano pero de menor envergadura, y a veces los historiadores lo engloban con lo que se llama el Oficio Palatino, que incluiría el Aula Regia y los concilios de Toledo.

A nivel territorial, el Reino visigodo se dividía en provincias, aunque no está muy claro en cuáles porque tenemos informaciones contradictorias. Sabemos que se mantenían la Cartaginense, Narbonense, Tarraconense, Bética, Lusitania y Gallaecia, pero a éstas pueden haberse sumado otras más pequeñas de nueva creación a finales del siglo VII, como Cantabria o Asturias, con capital en Amaya y Astorga respectivamente. Estas últimas serían provincias fronterizas, porque todo apunta a que la Asturias y Cantabria transmontana escapaban del control godo igual que la mayor parte de Vasconia, tal y como expliqué en el episodio extra 8 El norte peninsular en época goda, dejaré enlaces de episodios recomendados abajo.

Mapa de la división provincial del Reino visigodos a finales del siglo VII, por Pablo C. Díaz
Mapa de la hipotética división provincial del Reino visigodo a finales del siglo VII, por Pablo C. Díaz

Las provincias estaban inicialmente gobernadas por un rector que ostentaba el poder civil y un duque que ostentaba el poder militar, pero con el tiempo la figura del rector desapareció y el duque asumió ambas funciones. Bajo la autoridad del duque provincial estaban los condes de las ciudades, que tenían atribuciones civiles y militares sobre las principales ciudades y sus áreas cercanas. Los duques y condes recaudaban impuestos, se encargaban del mantenimiento de las guarniciones y la administración provincial y local, e impartían justicia. Y para mantener el orden se valían de los sayones, que actuaban como policía y alguaciles en las ciudades.

A todas estas instituciones laicas a nivel central, provincial y local hay que sumarles las instituciones eclesiásticas en estos mismos niveles, que asumieron funciones gubernamentales como ya hemos visto. A nivel central en los concilios de Toledo se discutían asuntos políticos y se aprobaban leyes, además de tratarse cuestiones doctrinales y patrimoniales de la Iglesia. A nivel provincial también se convocaban concilios y se legislaba, y a nivel local los obispos asumieron muchas funciones civiles. Así que, en resumen, la administración del Reino visigodo se definía por esa intensa colaboración entre el poder laico y el eclesiástico.

Si hablamos de fiscalidad, el sistema fiscal romano con el predominio de la tributación sobre la renta se vino abajo en el siglo V. Esto no significa que de la noche a la mañana desaparecieran por completo los tributos y toda extracción de recursos fuese a través de la renta por la explotación de tierras arrendadas, sino que existía una tendencia clara de disminución de la capacidad recaudatoria de los estados posromanos en comparación con el período anterior, y predominaban las entregas de parte de la cosecha o de ganado en las relaciones señoriales y con el estado. Como en los reinos posromanos la capacidad recaudatoria era baja, no existía una gran burocracia ni un ejército permanente más allá de los soldados que guarnecían las ciudades y algunos puntos de especial interés. El Reino visigodo de Toledo, igual que otros reinos de la época, no fue capaz de imponer un sistema tributario uniforme y centralizado en aquellos territorios donde ejercía su autoridad.

Número total de monedas de cada rey visigodo estudiado, por Ruth Pliego
Número total de monedas de cada rey visigodo estudiado, por Ruth Pliego

En la fragmentada realidad política del mundo posromano, era necesario tener un sistema fiscal heterogéneo negociado con las élites locales de cada zona. La numismática y una carta de los años 520 nos dan cuenta de que élites locales al margen del estado también acuñaban moneda, apropiándose de toda la recaudación de su ámbito y de los beneficios relacionados con la acuñación de monedas, y además esas acuñaciones eran una muestra de soberanía de personajes notables que no reconocían la autoridad visigoda, ostrogoda o sueva en aquellos años. En el período visigodo circulaban monedas de plata y bronce, las de plata por lo menos en el noreste y las de bronce por lo menos en el sur y Levante, y fue a partir de Leovigildo que la acuñación de monedas de oro fue potestad exclusiva del rey visigodo.

En Gallaecia ya desde la época de los suevos había poderes locales que acuñaban sus propias monedas, por eso la mayoría de distintas cecas visigodas son de Gallaecia, pero producían muy poca cantidad y no fueron cecas que durasen mucho o produjeran de forma ininterrumpida. Se han documentado más de 7.700 monedas visigodas, pero serían muchas más las que habría, aparte por las no encontradas en yacimientos arqueológicos desconocidos o sin estudiar o las que estén ilegalmente y no documentadas en colecciones privadas, hubo muchas que fueron refundidas y convertidas en monedas de oro árabes. La tributación era un mecanismo para extraer recursos, pero también para mantener unas relaciones políticas de lealtad entre la monarquía visigoda y las élites locales y obtener unos recursos que luego redistribuir entre fieles al rey.

El Veredicto: ¿Cesaropapismo o teocracia?

En El Veredicto de hoy quiero discutir un poco más las consecuencias a largo plazo de la alianza entre el estado visigodo y la iglesia católica. Me parece muy interesante la singular forma de gobierno del Reino visigodo católico, porque no es una fórmula ni cesaropapista como tal ni tampoco teocrática como he leído en algún sitio, sino que más bien era una mezcla extraña pero que funcionó bien durante décadas. En el Reino visigodo el rey se metía de lleno en los asuntos eclesiásticos como en el cesaropapismo bizantino, pero al mismo tiempo la Iglesia tenía unos amplísimos poderes seculares que trascendían su función religiosa.

Como he comentado antes, esta forma de gobierno basada en una relación estrecha y simbiótica entre la monarquía y la Iglesia tenía como objetivo reforzar el poder de ambos y darse legitimidad mutua, pero el único problema para la monarquía fue que la asociación con la Iglesia no hizo más segura la posición del rey, no sirvió para evitar las endémicas revueltas y conspiraciones nobiliarias, y ese es sin duda uno de los grandes fracasos del Reino visigodo. ¿Crees que se podría haber hecho más por parte de la dinastía de Leovigildo para afianzarse en el poder, o las características socioeconómicas del Reino hacían imposible evitar estas luchas de poder? Espero tu respuesta en los comentarios. Y con esto termina El Veredicto.

Avance y outro

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Fuentes

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Una información de La Historia de España – Memorias Hispánicas

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